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miércoles, 10 de marzo de 2010

O: De las flores a los huevos

El gran amo del fútbol es el público. Es él, y solo él, el que decide quien vive y quien muere, poniéndole el pulgar para arriba o para abajo a jugadores, técnicos, torneos y hasta programas deportivos. Como en los antiguos coliseos romanos y con la misma esquizofrenia.
El ídolo pasa de la adoración al desprecio en un abrir y cerrar de ojos. Porque el respetable público suele tener mala memoria y transformarse en cruel populacho en un par de jugadas, un par de partidos o un par de meses.
Por eso la idolatría del 'D10S' se tambalea cuando de nada valen antecedentes, entrega, copas ganadas, partidos jugados soportando dolores de lesiones, golazos, fidelidad a la albiceleste aún a costa de sus propios intereses y otros sacrificios hechos en su época de jugador. Por eso Hugo Sánchez fue bajado de su pedestal, cuando el 'Tri' no dio la medida y muy poco importó que una vez fue el gran orgullo azteca y bautizado 'Hugol'. Por eso Francescoli es 'Príncipe' en todo el mundo, pero jamás profeta en Uruguay. Por eso Pelé, que no come vidrio, nunca quiso ser técnico.
Destratado como no merece, Henry se retiró de la cancha en el partido Francia-España, cargando sobre sus hombros con todo lo mal hecho por él en ese momento, pero también cargó con lo de Domenech, lo del resto de sus compañeros y hasta de la propia Federación Francesa de Fútbol, que mantiene inexplicablemente al técnico en su puesto pese a años de mala conducción comprobada.
Al arte de jugar bien hay que sumarle el de irse a tiempo y el de saber decidir si es buena idea seguir vinculado al fútbol después. 
Hay historias de respeto, como las de Beckenbauer y Cruyff, pero son excepciones. Desde la misma tribuna que ayer cayeron flores y loas, mañana pueden caer insultos y huevos. Es la parte del precio de la fama que viene escrita en letra pequeña.

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